Ricardo Ríos

Rendimos homenaje a la memoria y destacada trayectoria del profesor Ricardo Arturo Ríos Torres, quien desde las aulas, y en su Cátedra de la Cultura, fundó el casi mítico Círculo de Lectura de la USMA (CLEC), el que revolucionó no solo a la Universidad, sino a la ciudad y al país. No es por otro motivo que hoy lo consideremos “el Padre de los Círculos de Lectura” contemporáneos.

Hasta tu altura, Maestro

(Ricardo Arturo Ríos Torres, in memoriam) Ariel Barría Alvarado Docente de la USMA

Según cierto dicho cruel, “después de muertos, todos somos buenos”. Esta sentencia, a su vez, se basa en cierta tendencia social a ser mezquinos en cuanto a reconocimientos mientras quien los merezca está vivo. Nada de eso aplica al profesor Ricardo Arturo Ríos Torres. Y he de sustentarlo hoy.

En primer lugar, no se espera lo que no se busca. No se puede hablar del hoy ausente sin referirnos a sus múltiples facetas: patriota probado en jornadas cruciales, docente de los de antes enfocado en enseñar para el futuro, escritor prolífico, crítico social ajeno a facciones, cervantista devoto, quijotista apasionado, investigador de la cultura local y global, bibliotecario por profesión, bibliófilo tenaz por vocación, incansable promotor de la lectura, amigo sin dobleces, todo ello y más sin dejar apagar la efusión de su saludo y la constancia de su sonrisa. Un renacentista nadando a placer en la tecnología del siglo XXI, haciéndola arma para sus inacabables luchas. Y todo lo hizo porque sí, sin detenerse a aguardar espaldarazos ni homenajes; le bastaba con que le considerasen un contestatario, y cobraba ímpetu sabiéndose tal.

En segundo lugar, él supo que tocó vidas, supo del cariño de sus alumnos y amigos, del respeto de quienes le importaban, entendió que había lanzado la simiente en tierra fértil. Ahora que se han apagado sus ojos y que su cuerpo ya no está al alcance de los dolores humanos, su sonrisa sigue ahí, grabada en la memoria de quienes lo conocimos. En efecto, poco hay en estas letras dolidas que no aparezcan ya en el prólogo que escribí en alguno de sus libros o en la palabra pública que manifesté en cualquiera de los eventos culturales que él promovió.

Conocí al profesor Ríos siendo yo un estudiante en mi Las Lajas natal. Él era Director Nacional de Educación Secundaria, y su firma daba fe de la validez de los certificados que se otorgaban con motivo de los certámenes culturales del Ministerio de Educación de la época, actos que en ocasiones él presidía. Luego, a finales de la década de los 90, cuando ingresé a la USMA como docente, él era el indudable líder de todo lo que en esta Casa de Estudios se emprendiera en materia cultural. Desde estas aulas, y en su Cátedra de la Cultura, fundó el casi mítico Círculo de Lectura de la USMA (CLEC), el que revolucionó no solo a la Universidad, sino a la ciudad y al país. No es por otro motivo que hoy lo consideremos “el Padre de los Círculos de Lectura” contemporáneos. Lo que él logró con esta iniciativa, planteada desde una asignatura electiva, que llegó a darse con salones repletos, es asunto de un libro.

Siempre se refirió con especial cariño a su paso por la USMA; sin dudas, fueron días en los que se sintió realizado plenamente, empoderando a la juventud en su papel transformador de la sociedad. Desde el aula, con su boletín “Huellas”, con su programa radial “Tertulia Literaria”, con su suplemento periodístico “El Cosmos”, con su presencia en la web, creó y pulió lectores de todas las edades y oficios, pasando por un puñado de muchachos del Centro de Resocialización de Menores, a los que resocializó extendiéndoles un libro y enseñándolos a leerlo.

Entre quienes lo conocimos, dentro y fuera del país, resultó célebre su “abrazo quijotesco”, concedido sin imposturas, porque él mismo era un quijote de hoy, lanza en ristre contra la ignorancia y el fomento de la ignorancia por parte de sectores dominantes en esta “ínsula Barataria”, como se complacía en nombrar al país y al mundo, al extrapolarlos para ejercer su crítica.

Su oficio lo llevó a moverse en tantos espacios de nuestra contemporaneidad que optó por crearse un heterónimo, Richard Brooks, casi tan conocido como él. Con premeditada sorna, explicaba que los artículos que firmaba como Ricardo Ríos eran los dedicados a la estricta docencia, a la mirada ortodoxa a los clásicos y a los autores de ahora, a los ensayos académicos. Cuando era Richard Brooks el que ponía la firma, se podía esperar cualquier cosa: desde poesía erótica hasta sátira, desde reminiscencias surrealistas hasta el cuestionamiento de lo que siempre hemos dado por cierto. Ricardo Ríos era fiel a su humanidad; Richard Brooks se saltaba esos condicionamientos, permitiéndole seguir siendo joven siempre. Cervantes y su Quijote redivivos.

Alguna vez dije sobre él que era dueño de la dicha de poder mirar el camino recorrido y constatar al primer vistazo las huellas de su caminar. Con esa misma certeza puedo decir que en una vida tan llena de logros, dos momentos destacan para él.

Uno: Panamá fluyendo desde las aguas del Chagres sagrado hasta sus venas, mientras sembraba banderas en aquel épico noviembre de 1959, bajo la mira de los fusiles que ocupaban la cintura del Istmo, para que estas generaciones de hoy y del futuro se nutran ahora de la soberanía cosechada en el asta de esas banderas abonadas con sangre popular.

Y dos: la USMA en aquella década de oro que él presidió, portando una caja de libros nacionales y de todas partes, que le eran arrebatados por muchachos de esta y de otras universidades, por particulares y por escritores, que venían los sábados a su famosa “Tertulia literaria” simplemente a hablar de lecturas.

De todo eso, destaco que él se despide de nosotros sin que el cruel dictum al que me referí al principio lo roce siguiera: fueron esos sus grandes méritos, recibidos sin buscarlos, y los vio y los disfrutó sin que nadie se los disputase. Por eso su característica sonrisa tampoco se la arrebatará el adiós. A los Ricardo Ríos del mundo no se les llora en el instante supremo. La USMA y Panamá prorrumpimos en aplausos por ti, hasta tu altura, Maestro.

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Por DCI

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