Pluma Invitada: La importancia de no olvidar nuestra historia

Por: Profesor Domingo Lapadula Silvestri

“Yo me he preguntado a mí mismo muchas veces: ¿Es este realmente un país, un pueblo, una nacionalidad? ¿Existe aquí un verdadero espíritu nacional digno de ser admirado por los historiadores, cantado por los poetas y transformado en leyenda inspiradora en el hogar y en la escuela? ¿Poseemos como colectividad la decisión enérgica, capaz del heroísmo y la resolución suprema del martirio?  Y en el recogimiento de mi propia conciencia he contestado que sí”

Eusebio A. Morales, “Conciencia Crítica de la Nación Panameña”, discurso, 1916

Navegar por los mares de nuestra historia es realizar un viaje colmado de aventuras y de emociones. Ya sea que nos adentremos en el período de la colonia, el de nuestra unión a Colombia, los vericuetos de lo que ha sido nuestra vida Republicana o los diversos acontecimientos de la “lucha” por el Canal. Los hechos y sus actores no dejan de sorprendernos.

En una ocasión, hubo quien, con osadía temeraria, dijo lo siguiente:

“La historia se repite en espiral”. Si bien la frase no es propia de nuestro suelo, un tres veces presidente la hizo famosa. De ser cierta esta frase, estamos ante un hecho revelador pues significa que nos guste o no, la historia es una manera de predecir futuros acontecimientos.

Un país es el reflejo de su historia, y es esta a su vez, el cimiento que nos identifica como país. Conocer nuestra historia es relevante porque por sobre todo, nos dice cuanto hemos evolucionado.  Narra a través de los acontecimientos y circunstancias, que decisiones hemos tomado y si estas, han sido correctas o no.

La historia es ese puente entre pasado y presente, es referencia y evidencia

y tal vez lo más interesante es que además de exponer hechos y circunstancias, revela nombres y apellidos.  Entonces, sería válido decir que la historia no se escribe sola. La escriben los hombres a través de sus pensamientos y del actuar en base a esos pensamientos. Entonces, también sería válido decir que la historia nos permite hasta donde sea posible, incluso dentro de lo que podríamos llamar “beneficio de la duda” juzgar el actuar de aquellos que tomaron decisiones y cuáles fueron las repercusiones de las mismas.

Está de más recordar que un pueblo que desconoce su historia y los actores que formaron parte de ella, es un pueblo destinado a ser manipulado, a ser sumiso, desechable, a deambular las tinieblas.

Lamentable es cuando deambula, por decisión propia.

Cuando como país, hacemos un esfuerzo que pareciera ser colectivo por olvidar nuestra historia y las circunstancias que llevaron a escribirla, a sus actores incluidos nombres y apellidos, no solo resulta temerario sino peligroso.

Es importante aprender de nuestra historia. Juzgar lo que haya que juzgar, condenar lo que haya que condenar, celebrar lo que haya que celebrar. Pero tal vez lo más importante, no olvidar.  La historia de un país se escribe todos los días. En consecuencia, es necesario despertar el interés de las nuevas generaciones para que aprendan de ella y sean participes, como actores, en tomar decisiones inteligentes y responsables en base a lo aprendido.

Y así como la historia de cualquier otro país tiene héroes y villanos, idealistas y oportunistas, indios y cowboys, la nuestra ha hecho lo propio. Corresponde entonces a cada pueblo, a cada ciudadano como un deber consigo mismo, con la sociedad y con la patria, separar el grano de la paja.

Tomando esto en consideración, no ha faltado oportunidad para que algunos también vayan en busca de protagonismo. Sin embargo, hay que recordar que el tiempo, ese compañero cómplice de la historia, no permite esconder nada, tarde o temprano todo lo revela, todo lo descubre.

Nuestra historia está llena de discursos, no necesariamente honestos.

Está llena de frases que tuvieron como propósito hacer a alguien famoso.  Pero en ella, en esa historia que muchos quisieran nunca fuese contada, también se pueden encontrar palabras y testimonios de valentía, de humildad y de sacrificio. De estas voces, me hago eco de una que aún en las horas más oscuras de nuestra historia. Fue y sigue siendo luz y esperanza.

Si desaparezco no me busquen… solo sigan adelante”.  Padre Héctor Gallegos.

 

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