Hace unos días mi sobrina (casi hija) regresó de una gira de su trabajo y, triste, me cuenta de la situación que le tocó ver en una de esas comunidades rurales que existen en nuestro Panamá rural. Pobreza, falta de techo, comida, educación y todo lo que esto conlleva. Con lágrimas en los ojos me dice: “Tía usted puede ayudarme, usted conoce mucha gente”. Mi respuesta fue: “Riqueza no tengo, pero gente que conozca y pueda ayudar, sí”. Fue como haberme respondido una vez más, algo que siempre digo: “todos podemos ser puentes”.
Tomando el celular comencé a hacer algunas llamadas y enviar algunos chats. Publiqué en mis redes la solicitud de ayuda. Organicé algunas citas para el día siguiente y, agradecida con Dios, la ayuda se está cristalizando para esa familia. El puente se hizo largo, fue creciendo sobre pilotes fuertes y Dios fue poniendo los necesarios. Comprobé una vez más: “para eso son los contactos y relaciones”; de esos que responden al llamado del cual solo soy instrumento.
No tengo duda alguna de que todos los días recibimos de Dios el don de la vida y la valiosa oportunidad de ser puentes, de ayudar, de servir, de aportar. Pidámosle al dador de la vida, el discernimiento necesario para que cuando recibamos el llamado, él mismo se encargue de abrir las puertas. Cada día es una bendición inmerecida que nos brinda Dios, que al caer la noche podamos decirle al Creador, “hoy fui puente, ayudé a cruzar por la vida a alguien, tendí la mano, fui solidario”,… o simplemente, como dice la canción Alma Misionera: “no importa lo que sea, tu llámame a servir”.
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de esta Universidad.
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