clases presenciales

Por: Domingo Lapadula Silvestri
Profesor de la USMA

No me canso de decir que el país y lugar en el que vives, estudias, trabajas, interactúas, es clave para tu formación como persona y como ciudadano. En consecuencia, cada sociedad ya sea por experiencias anteriores o por la capacidad de sus habitantes, enfrenta problemas, adversidades y circunstancias que resuelve tratando siempre de buscar el bien común. Durante el último año y medio la pandemia del Covid 19 ha puesto a prueba a muchos países, no solo en cuanto a hacerle frente a la parte sanitaria, sino a la parte social y económica. Soy un convencido de que no siempre el poder solucionar estos problemas han sido un asunto de recursos o capacidad económica, sino un asunto de cultura, inteligencia, interés y de voluntad. Y de sentido común, tanto de gobiernos como de gobernados.

De igual manera toda sociedad, dependiendo de su educación, conocimiento, estudio, capacidad de análisis, se hace una opinión de su realidad inmediata por lo que ve y escucha en los medios de comunicación. Y cuando lo que ve y escucha es la mediocridad hecha noticia, negatividad, fatalismo, la sensación de miedo, de pánico, y no cuenta con el discernimiento para separar lo que es cierto del sensacionalismo, de esa misma forma esta sociedad pensará y actuará.

Desde marzo del año 2020 Panamá se vio afectado por la pandemia del Covid 19. En consecuencia el país, en un sinnúmero de actividades, ha estado literalmente cerrado. Hemos hecho de este cierre una forma de vida y del “quédate en casa y lávate las manos”, una filosofía que nos ha paralizado el actuar y ni qué decir el pensar.

Entre las actividades que han sufrido de manera directa el impacto de este cierre están las relacionadas con la educación y la academia, incluida la formación universitaria. Desde esta fecha las universidades, dentro de sus posibilidades, han hecho de la educación virtual, la norma. Y si bien las circunstancias lo ameritaban, a diferencia del pensar de alguno de mis colegas docentes, creo llegó el momento de regresar a las clases presenciales.

Las clases presenciales son un ecosistema, un conglomerado de seres que viven y conviven, respiran, interactúan, intercambian opiniones, establecen contacto físico, calor humano, crean las condiciones para generar experiencia que a su vez genera acción, pensamiento, conocimiento, aprendizaje. Querer reemplazar todo esto por una pantalla, es engañarnos.

He sostenido que las clases virtuales deben ser un complemento, una opción, una alternativa temporal a la enseñanza presencial. Un recurso accesorio del aprendizaje y no un sustituto permanente a la experiencia educativa presencial. Un salón de clases con todos sus recursos, ambiente, características y propiedades, no puede ser reemplazado por la experiencia virtual.

Para mí, una universidad es un centro que promueve el estudio, la discusión, el debate, el aprendizaje, la investigación, incluso el arte y la cultura. Qué mejor lugar que las universidades para crear conocimiento, educar y resolver las dudas de miles de estudiantes sobre cómo comportarnos y lidiar con este virus. Preocupante entonces es que la “autoridad sanitaria” que tiene que ver con la apertura de estos centros, mantengan como respuesta la indiferencia o un absoluto silencio. Inaceptable e inadmisible que, a 16 meses de lidiar con este virus, sigamos todavía “evaluando, analizando, estudiando los protocolos,
considerando las medidas, lo estamos pensando, nos estamos reuniendo”.

Las universidades reciben y educan a adultos. Qué tal si nos comportamos como tales, si hacemos que se cumplan las normas sanitarias que se recomiendan, como mascarillas, gel en todos los salones, ampliar el área para comer al aire libre, limpieza de salones, pupitres, escritorios, tanto en turnos diurnos como nocturnos, ampliar la capacidad de la clínica/enfermería para pruebas rápidas de covid. Hacer charlas con los estudiantes para que se sientan seguros y transmitan esto a sus padres. Ver las posibilidades de ofrecer las vacunas a los estudiantes, aclarar sus dudas, que sepan que los docentes y administrativos los apoyan. Trabajar con ellos el impacto social, económico y emocional, que sepan que no están solos. Crear grupos de apoyo con docentes, administrativos, estudiantes para promover e incentivar medidas sanitarias. En fin, hacer algo, porque todo parece indicar que al paso que vamos, nuestros estudiantes no verán una clase presencial en mucho tiempo. Creo que las universidades privadas pueden hacer la diferencia y dar este primer paso, porque seguir esperando el milagro de cero casos positivos, cero defunciones, de alcanzar la inmunidad de rebaño con las vacunas para entonces hablar de reaperturas de universidades, es no ser conscientes de hacia dónde estamos llevando nuestra educación. Todo parece indicar que nuevamente terminaremos el año sin clases presenciales.

El éxito de un país está directamente ligado al interés, voluntad, talento y capacidad de sus habitantes; cuando prevalece la determinación e inteligencia de gobernantes y gobernados; cuando se fijan objetivos y se consiguen ya sea a través del conocimiento, entendimiento y asumiendo riesgos.

Como sociedad pensante, como ciudadanos con criterio formado, no podemos seguir secuestrados por el miedo ni paralizados por la incertidumbre que genera cada “conferencia” para ver qué libertades nos dan o nos quitan. Las universidades producen conocimiento; utilicemos estos centros para educar y hacer la diferencia. Estoy seguro de que muchos de nuestros estudiantes esperan ansiosos regresar a las clases presenciales. No hacer nada, solo ser espectadores sin nada que decir, hará que la vida y el futuro no solo les pasen la factura a los estudiantes, sino también a nosotros cuando el mundo pensante, académico, de avanzada, ese que no ha dejado de producir oportunidades nos pregunte: ¿y ustedes que hicieron?

Soy consciente de que muchos de mis colegas docentes son de la opinión que regresar a clases universitarias presenciales es impensable e irresponsable. Pero creo, y quisiera equivocarme, que nuestra formación integral universitaria, esa que produce profesionales capaces de asumir retos, de resolver los problemas que tendremos que afrontar como sociedad y como país, está en un limbo. Seguir esperando un milagro para abrirlas es no querer aceptar una realidad, que cada día en el que las aulas de clases de una universidad han estado vacías, hemos reemplazado el saber, el conocimiento, el intelecto, por el miedo, la incertidumbre, la deserción y desvinculación de muchos estudiantes; ni qué decir por el silencio y la ignorancia. “Preguntado el anciano sobre qué consejo podía dar a sus semejantes para tener éxito en la vida, su respuesta fue la siguiente: Todo en esta vida es un riesgo. Levántate, confróntalo, pero haz algo”.

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de esta Universidad.

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