Mi experiencia en el Servicio Social Universitario fue mucho más que una práctica o un deber. Fue un proceso que me tocó personalmente y me dejó aprendizajes reales.
En el Hogar de la Infancia descubrí el valor de la paciencia, del tiempo compartido y de lo esencial que puede ser una simple ayuda con una tarea escolar.
Ver a los niños avanzar, confiar, reír y querer aprender fue uno de los regalos más grandes.
Entendí que, muchas veces, lo que ellos más necesitan es alguien que los escuche y los acompañe sin juzgar.
En la segunda etapa, el Comedor Solidario me puso frente a otra realidad. Más de 500 personas esperando, todos los días, por un plato de comida.
Personas mayores, jóvenes, madres, hombres sin hogar. Ahí, aprendí que la dignidad humana no se mide por lo que alguien tiene, sino por cómo los tratamos.
Preparar alimentos, limpiar, entregar cada plato con respeto, me enseñó a valorar lo que yo tengo y a servir sin esperar nada a cambio.
Salí de esta experiencia con una mirada distinta. Hoy entiendo que el verdadero servicio no es solo lo que damos, sino cómo lo damos. Y en ese proceso, también crecemos.
Por: Gabriela Rodríguez | Estudiante de Negocios Internacionales