Para mí cada salón de clases es un universo. Es único. Un ecosistema constituido por seres vivos que entre otras cosas, respiran, piensan, conviven y comparten emociones en un ambiente físico compartido. Forman parte y hacen posible la secuencia: universidad, salón de clases, estudiante, docente, proceso enseñanza – aprendizaje, conocimiento.
En toda clase presencial existe un ambiente que permite la comunicación directa entre el docente y los estudiantes. Existe un control que de una forma u otra garantiza, por parte del estudiante, su interés, atención, compromiso, presencia, estar involucrado. Y si bien esto es difícil en un ambiente presencial, lo es aun más en un ambiente virtual o digital en donde el docente no tiene el control de nada ni de nadie con quien el estudiante comparte el entorno que le rodea. Llámese ruido, distracción, celular, televisor, por mencionar algunos. Se pierden elementos importantes como lo son la inmersión, el contacto y el calor humano, el intercambio cultural, la conversación formal e informal, pertenencia, todo lo que rodea la experiencia presencial y la enriquece.
La experiencia de la educación virtual ocurre a través de una pantalla: en una superficie plana, fría, una dirección. La enseñanza presencial es multidimensional. En la educación digital se limita el uso de los sentidos; en la presencial se involucran más sentidos, están presentes emociones que hacen que la experiencia sea real y contribuya a facilitar el conocimiento. Y si bien en las clases virtuales existe el factor “ruido” como ya mencioné, en las clases presenciales es parte importante en la experiencia de aprendizaje. Las conversaciones, las opiniones, las miradas, las interrupciones, los comentarios, el estar presente físicamente, hacer una exposición delante de la clase y ser motivo de esa atención. El estudiante es parte de la experiencia física, la hace posible, crea el momento, se establecen condiciones que enriquecen el aprendizaje. Más importante aun, el convertir esta experiencia en memoria, es lo que convierte a la reunión física, superior a la digital.
Si bien la educación digital o virtual tiene sus ventajas y conveniencias, es interesante prestarle atención al siguiente pensamiento: “El tiempo de atención, la capacidad de concentración de esta generación es de 9 segundos. A partir del segundo 10 el cerebro se desengancha en espera de un nuevo estímulo”. Esto nos lleva a una realidad que preocupa, y es que todo parece indicar que ese mundo digital en el que viven nuestros estudiantes 24/7 muta a una velocidad extraordinariamente superior a la que puede mutar el cerebro humano. Mientras el mundo virtual y tecnológico crece exponencialmente, el cerebro humano ha dejado de pensar.
Nos ha tocado un tiempo difícil, las circunstancias han hecho de la enseñanza virtual o digital una realidad. A diferencia de mis colegas docentes, creo que el futuro nos pasará la factura cuando en las diferentes formas en las que se expresa el conocimiento, ya sea cultura, academia, experiencia, ambiente laboral, interacción social y profesional, se nos cuestione y pregunte qué dejamos de hacer o en qué hemos fallado. Volvamos a la educación presencial lo más pronto posible.
“Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Mario Moreno
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