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Autor: José Guillermo Soto

Licenciatura en Teología Pastoral

Una vida dedicada al Servicio Social

Siendo muy jóvenes, mi mejor amigo y yo, movidos por el deseo de servir a la población más pobre y marginada del país, nos propusimos muy seriamente estudiar Medicina.

Dedicar nuestras vidas a trabajar al servicio del pueblo indígena (mayoría de la población, siempre despreciada y marginada), en el altiplano guatemalteco. Ese fue nuestro sueño. “Vayamos allá —decíamos—donde ningún médico quiere ir”. Y era un planteamiento muy serio.

Pero cuando se le da un espacio a Dios (por pequeño que este sea), cuando se le abre el corazón y, más aún, cuando se tiene la osadía de preguntarle sobre los planes que tiene sobre uno…, las cosas normalmente suelen tomar otro sendero.

En mi caso particular, no fue que cambiara mi razón de existir. La meta de mi vida —diría san Ignacio de Loyola “el principio y fundamento”. No, de ninguna manera. Pero sí cambió el “dónde”, el “desde dónde” y  el “cómo”.

Pese a no haber sido un joven muy religioso, un día se me ocurrió darle ese pequeñísimo espacio a Jesús. Y, como nunca me lo esperé, terminé haciéndole aquella pregunta, esa que me llevó a lo que ahora soy: jesuita… “pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús”. Tratando de colaborar en “el servicio de la fe y la promoción de la justicia” en Centroamérica.

Treinta y siete años de pertenecer a la Compañía de Jesús. Veinticinco de ser sacerdote. Y en los veinticinco años he estado en muchos lugares.

Casi exclusivamente en parroquias. Y siempre en parroquias rurales, muy cerca de la personas más pobres. Caminando con ellas, construyendo colectivamente procesos de evangelización muy bellos. Compartiendo mis dones, enriqueciéndome con los suyos y dejándome formar —muchas veces corregir y regañar— por ellos. ¡Muy cerca de los pobres! ¡Aprendiendo a reconocer en ellos el rostro siempre misericordioso de Jesús!

Pero nunca había podido trabajar en el área indígena del altiplano guatemalteco. Hace muchos años, después de una experiencia espiritual extraordinaria, me le puse al tiro a Dios por si quería enviarme ahí. Pese a sentirme incapaz de aprender el idioma, me puse a su disposición. Me decía: “Dios no es tonto. Si pone en mi corazón que vaya a Santa María Chiquimula, es porque sabe que yo puedo aprender a hablar el quiché”. Pero… terminé en Honduras, en la parroquia de Tocoa, Diócesis de Colón.

En 2016, a petición de mi Superior Provincial y habiéndolo aceptado la Universidad como mi trabajo de servicio social, pude colaborar tres meses en la labor pastoral de la Parroquia La Natividad. Parroquia indígena que los jesuitas tenemos en el municipio de Santa María Chiquimula, en el departamento de Totonicapán, en Guatemala.

Colaboré en la labor litúrgico-sacramental, en la formación y acompañamiento a líderes juveniles, en talleres de “Aprender a enseñar jugando” para catequistas (todos ellos jóvenes). También en el acompañamiento a parejas que se preparaban para el matrimonio, en talleres de crecimiento personal y otras cositas más.

Después de treinta y seis años, trabajé en el área indígena del altiplano guatemalteco… en un área muy retirada del país.

Allá donde ningún médico —y, a veces, sacerdote— quieren ir. Y desde el primer instante, al nada más entrar en contacto con los miembros de la comunidad cristiana, fue una experiencia maravillosa.

Su cariño, sus atenciones, su respeto, pero, sobre todo, su disposición para el servicio, cautivaron mi corazón. Una parroquia con muchísimo menos comunidades que en otras donde he trabajado. Pero con vitalidad y un hambre de Dios que a uno lo exige y compromete a dar y darse cada día más. Definitivamente, el cariño y el respeto con que las personas me trataron, aunado a su impresionante devoción, hicieron que me replanteará mi próximo destino apostólico.

No sabía que, mucho antes de que yo pensará en esto, el Consejo Parroquial y los jesuitas que ahí trabajan le habían solicitado al Provincial (nuestro superior) que me enviarán  a trabajar ahí.

Esto me escribió él, después de su visita a la parroquia a mediados de diciembre: «me quedó claro que allá pastoralmente te necesitan (toda el área de formación psico-espiritual y de teología pastoral…), como recordarás el Consejo parroquial unánimemente me pidió que te quedaras con ellos. Y Natxo me dijo que le gustaría que ayudara a tenerte como vicario”. Así que, una vez arregle los papeles, me voy para allá.

Concluyo. Cuando fui joven, mucho antes de pensar en ser sacerdote, mi proyecto fue ser médico y dedicar mi vida como tal al servicio del pueblo indígena (ayer y hoy, despreciado por la sociedad).

Porque los caminos de Dios no son nuestros caminos, no es sino hasta ahora que eso se concreta. Ya no como médico, pero sí como sacerdote. Ya no curando cuerpos, pero sí sanando corazones. Y abriendo mercados al amor y a la esperanza en un pueblo que tanto sufre.

De tal manera que puedo afirmar rotundamente que mi reciente experiencia de servicio social en Santa María Chiquimula resultó siendo el re-encuentro con mi vocación original. Al servicio de ese pueblo pobre y humilde, hambriento de Dios y con tantas ganas de colaborar a que este mundo sea mejor.

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