El último año de mi vida estuvo marcado por una experiencia transformadora como voluntaria en el servicio social en la organización Glasswing, que desarrolla programas de educación, salud y voluntariado para abordar las raíces de la pobreza y la violencia.
Mi compromiso se centró en ser un tipo de «maestra» en clubes extracurriculares destinados a niños pequeños. Este viaje no solo representó un regalo de tiempo y energía, sino que también me llevó a explorar un mundo que, a menudo, permanece invisible en la burbuja de nuestras vidas cotidianas.
Mi decisión de sumergirme en esta experiencia específica surgió de un anhelo profundo de contribuir y aprender, de entender que la educación y el apoyo a los más jóvenes no solo ocurren en las aulas convencionales.
Muchas veces, estos niños acudían a los clubes porque sus padres no podían buscarlos, o simplemente necesitaban la conexión con otros pequeños. Fue un recordatorio claro de que no todos tienen la suerte de vivir la vida cómoda a la que algunos estamos acostumbrados.
Cada día en los «salones o la cancha» de los clubes extracurriculares se convertía en una lección de vida.
No solo estábamos compartiendo conocimientos académicos, sino también construyendo puentes de confianza y afecto. Muchos de estos niños llevaban consigo historias que iban más allá de las páginas de los libros de texto.
Descubrí que, para algunos, el club no solo era una oportunidad de aprendizaje, sino también un refugio seguro, un lugar donde podían ser niños sin las cargas que a veces la vida les imponía.
Esta experiencia enriquecedora me abrió los ojos a las diversas realidades que existen en nuestra sociedad.
Me hizo apreciar la resiliencia de estos niños y la importancia de brindarles no solo conocimientos académicos, sino también apoyo emocional. Además, me recordó la fragilidad de la idea de una vida cómoda y me motivó a ser más consciente de las necesidades de quienes nos rodean.
Escrito por: María Victoria Holder M. | Estudiante de Diseño de Interiores