En el día a día del comedor de la parroquia, lo que más impacta es el contacto directo con quienes llegan en busca de una comida caliente.
Este momento pone en perspectiva todo el esfuerzo detrás de cada plato servido. Al principio, los platos de comida parecen ser simplemente una tarea más, pero conforme interactúas con quienes los reciben, cada porción se convierte en una historia personal.
Al empaquetar y servir cada comida, te das cuenta de que esos montones de platos de foam no son solo contenedores; son símbolos de la necesidad humana y la esperanza.
Representan a cientos de personas que, debido a diversas circunstancias, dependen de esa comida para enfrentar el día. Esta comprensión transforma el trabajo en algo significativo, donde cada acción adquiere un propósito profundo y tangible.
La realidad de las personas a las que se ayuda te recuerda constantemente la importancia de tu labor.
Ver sus rostros mientras reciben los platos te motiva a seguir adelante. Cada sonrisa de agradecimiento o cada mirada de esperanza refuerza el valor de lo que haces. La experiencia en el comedor se convierte así en una fuente de enriquecimiento personal y motivación continua.
Trabajar en el comedor va más allá de alimentar cuerpos; se trata de nutrir almas y construir conexiones humanas significativas.
Cada plato que se entrega no solo sacia el hambre, sino que también alimenta el espíritu de solidaridad y compasión.
Es un recordatorio diario del poder transformador de un acto tan simple como ofrecer una comida caliente a alguien que lo necesita.
Escrito por: Julio Ricardo Neto P. | Estudiante de Comunicación Social