Originalidad, belleza, misterio, detalles y Dios. Conceptos intrínsecos en la obra de uno de los arquitectos más famosos de Barcelona y el mundo: Antoni Gaudí, usualmente amado, pero nunca pasa desapercibido. Sus biógrafos nos cuentan que tuvo una infancia alejada de la normalidad que vivían los infantes de esa época.

Sufrió de reumatismo desde temprana edad, fue un niño de naturaleza enfermiza, faltaba a la escuela, y se caracterizó por su personalidad reservada y discreta. Sin embargo, esas condiciones le permitieron observar más y mejor su entorno desde que era un crío. La naturaleza fue su principal maestra. En sus obras se aprecia la aplicación de esas lecciones aprendidas desde pequeño.

Gaudí aplicó principios naturales en las soluciones estructurales de sus creaciones, desde bancas, faroles, edificios, hasta la Catedral de la Sagrada familia, una de sus obras más conocidas. La doble hélice helicoidal, como la del ADN, pudo comprenderla de forma empírica y autodidacta en el crecimiento de una palmera (o cualquier planta). Conclusiones que, a través de la observación, quedaron grabadas en su ser y forjaron ese arquitecto, ese genio que nos dejó obras espectaculares. En su ejercicio es frecuente encontrar aplicaciones de paraboloides hiperbólicos, aunque su curva favorita fue la catenaria. Es probable que esa inclinación a hacer todo curvo, sea producto de la apreciación de la naturaleza, donde no se encuentra ninguna recta. Las curvas denotan elegancia, delicadeza, belleza y amor.

Técnicamente una curva es una línea que puede iniciar vertical y terminar horizontal; su progresivo cambio de dirección podría evocar una sensación de ciclo, cierre e incluso infinito, además del aporte de ritmo y movimiento que ofrecen al aplicarlas, pues la luz resbala sobre las piedras curvas y no proyecta sombras duras. La favorita, la catenaria (no es una parábola ni una hipérbole), en matemáticas, se define como la curva que adopta una cadena, cuerda o cable ideal perfectamente flexible, con masa distribuida uniformemente por unidad de longitud, suspendida por sus extremos y sometida a la acción de un campo gravitatorio uniforme. Su aplicación por Gaudí es extensa, un ejemplo: las columnas de la entrada de la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia siguen una catenaria. La construcción dirigida por este arquitecto se caracterizó por la improvisación basada en bocetos, lo que permitió dar paso a que su creatividad no terminara de actuar hasta que la obra estuviese concluida. Las catenarias son de por sí un reto, pero Gaudí fue más allá, las aplicó combinándolas con espirales cónicos invertidos, hiperboloides, y fractales, todos inspirados en los paisajes catalanes, en fin, en la naturaleza. Él estaba convencido de que la curva es la línea de Dios; la recta, la de los hombres.

El uso de la curva permite descubrir nuevas formas arquitectónicas, que no es más que intentar imitar la perfección de la Creación sin lograrlo. Suele decirse que los genios son adelantados de su tiempo, que son locos o visionarios, al menos así se tacha a Da Vinci, Tesla y otros tantos incluido Gaudí. La diferencia radica en la línea de Dios, la curva. Un tipo famoso, guapo y con futuro prometedor, le propone matrimonio a Pepeta Moreu, quien pasa a la historia por ser la única única mujer que recibió una propuesta firme de matrimonio por parte del arquitecto, la cual rechazó. Es así como la vida de este arquitecto da otro giro, otra curva, que le permite continuar dedicándose a tiempo completo a ejercer su profesión.

La vida de Antoni Gaudí fue una secuencia de curvas desde la niñez, obligándole a transitar por caminos distintos a los de sus contemporáneos. Su obra nos deja un legado más allá de lo arquitectónico, muestra entrega total, pasión por lo que se hace, al trabajo, amor al hombre, amor a Dios. Su vida, especialmente después de la negación de Pepeta, muestra una sintonía con Dios, única, como la de los santos. El arquitecto oía misa y comulgaba a diario, visitaba a Jesús Sacramentado cada día y no faltaba a ninguna manifestación religiosa de la ciudad o del templo. El resto del tiempo lo dedicó a orar y a trabajar. A ser el arquitecto de Dios. La vocación de este arquitecto a seguir ‘la línea de Dios’ por difícil que resultara, y aceptarla, devino en lo que conocemos hoy: obras excelentes, con muchas curvas inexploradas arquitectónicamente antes de su tiempo, y una vida ejemplar. Cada 10 de junio se recuerda el fallecimiento del arquitecto, quien es considerado siervo de Dios, una de las fases de proceso de canonización en la iglesia católica; actualmente se adelanta una causa para su beatificación. Les comparto la estampa en este vínculo: http://gaudibeatificatio.com/files/docs/estampas/E-ESP.pdf

Prof. Miguel Ángel Barrera, docente de la escuela de Arquitectura – USMA

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