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Con un destino errante llegó la hora de recapitular todas las mañanas y las tardes que vivimos y donde nos escondimos de esta pandemia que nos ha hecho cambiar. Días de sacrificio en los cuales nos hemos tenido que reinventar para evitar ser cómplices asesinos de un virus de fama mundial.

Proyectando la vida, hemos tenido la oportunidad de reflexionar, de valorar lo realmente importante, lo capital. Y en medio de ayunos de calle, recluidos la mayor parte del año en casa, compartimos entre familiares cada sensación.

Cada año trae sus retos con probabilidades de triunfar. En éste, volvimos a aprender que el trabajo en equipo es fundamental. El encierro dejó su huella, inolvidable para todos.

No te sientas vencido, por el contrario siéntete agradecido. Podemos cambiar, podemos mejorar como seres humanos gracias a la gran capacidad inherente que gozamos. Hemos redescubierto nuestras debilidades y, a su vez, las fortalezas que logran el equilibrio de cada uno, de cada vida. El dolor es parte de los sentimientos que, especialmente han aflorado en esta condición. Y aunque parece que esta fiesta terminó, no hemos de bajar la guardia, aún quedan muchas batallas por librar.

Aprendimos a perdonar y a perdonarnos. A romper las cadenas que nos atan, a decir sí puedo. A volver a lo básico, a lo esencial. Algunos ordeñamos nuestro tintero buscando que nuestras palabras hagan el ruido necesario para llevar el mensaje que queremos transmitir. El mío es de positivismo, de salir adelante, de querer a los nuestros, de levantarnos una y otra vez, cada vez que sea necesario.

Parafraseando a Joaquín, Quien más quien menos se ha tomado a sí mismo como rehén. Ni un paso atrás. Han sido unas horas muertas que no son horas, nos atacó el clima, aflorando nuestra solidaridad. Muchos, felices con dos latas en la nevera, entendieron la lección. Dejando atrás la bandera del desertor, hurgamos profundo en nuestro corazón, redescubriendo la llamada, esa llamada a ser uno mismo y para todos; siguiendo el principio de la comunidad de salmones y la exigencia que esto con lleva.

Al repensar lo ocurrido este año, no tratemos de perfumar la realidad. Por el contrario, llenos de valor reflexionemos esas enseñanzas que nos trajeron las victorias y derrotas, las oportunidades de vivir, de valorar la vida, a los seres queridos, nuestra preparación y nuestra capacidad de adaptarnos.

Otros dirán que nos confiscaron el año. Yo digo, y seguiré diciendo, que ganamos en crecimiento interior, en conocernos mejor, en poner las manos en el oficio y la buena disposición para salir adelante. Si te cerraron la tienda, buscaste otra cosa que hacer. Ahora sabes lo que te conviene. No lo niegues.

La vida alrededor ya no es tan mía. He comprendido que la vida es lo que das. El tren del ayer se aleja. Si disparato, quienes me quieren no me abandonan. Celebremos, sí, celebremos que somos sobrevivientes.

Aunque la pizza casera se quemó, todos la comimos. Sacamos tiempo para esa receta, para ese arreglo en casa, para terminar ese curso a medias, para mejorar. Lo hicimos. A años luz de la rutina, disfrutamos el fregar los trastos.

No sé porqué sigo escribiendo en esta ocasión. Tal vez porque es el último escrito del año. Y tengo tantas cosas que decir… y se me acaba el espacio. De vuelta a la oficina, una nueva realidad: nuevas rutinas de bioseguridad inundan todos los locales, todos los lugares a los que ahora podemos visitar. Por el bien de uno y por el bien de todos.

Brinda tu buen ánimo y no te dejes enredar. Sigue adelante, Ve por más. Ponle un bálsamo a tu enfermedad y vacúnate.

Resumiendo, nos tocaba crecer y crecimos. Sin exagerar, ¡vaya que crecimos!

Prof. Miguel Ángel Barrera – Docente de la Facultad de Arquitectura

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de esta Universidad.

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