Por: Profesor Domingo Lapadula
Soy de la opinión de que no se puede hablar ni practicar valores, sino ser parte del que para mí es el más importante, sin desmeritar a ninguno otro, y es el de “hacer siempre lo correcto”.
Más por convicción que por creencia religiosa, pienso que dentro de todos nosotros existe desde el día que nacemos algo llamado “chispa divina”. Responder quién la sembró es un asunto íntimo y personal que cada cual debe descubrir. Pienso igualmente que esta “chispa” gobierna nuestras vidas y que no es hasta que eres consciente de la existencia de ella, que estableces una relación, un acuerdo inquebrantable siendo su primera cláusula: hacer siempre lo correcto.
Hacer siempre lo correcto, independientemente de la situación o circunstancias, trae algo muy preciado: paz. Paz en el alma y de espíritu. Condiciones que solo pueden traer felicidad.
Para hacer siempre lo correcto se necesita el soporte de algunos otros valores que complementan nuestra intención. Toda acción lleva una reacción, toda acción nos hace responsables. Es este ser responsable lo que nos permite demostrar y comprobar que somos personas de palabra, que cumplimos con lo que nos comprometemos, que nuestras acciones son el resultado de un pensamiento maduro que nos motiva y obliga a cumplir nuestras obligaciones. Entre estas obligaciones, hacer siempre lo que es correcto.
La responsabilidad no es huérfana de propósito, por el contrario, es secuencia y consecuencia de la paciencia y la tolerancia. La paciencia, si bien una virtud, también un desafío. La tolerancia, un reto a veces difícil de lograr. Ambas, paciencia y tolerancia, conviven en el mundo del subconsciente y en ocasiones, toman vida en el mundo de la realidad como si fueran dos volcanes en erupción.
Hacer siempre lo correcto responde entre otras cosas al por qué estamos en este mundo. Le da sentido a aquellas cosas que nos hace humanos, que nos distinguen como tal, como lo es el arte en todas sus dimensiones. El arte es una forma de pensamiento que por derecho le pertenece a la humanidad. Y así como cada obra de arte cuenta una historia, cada acción, cada acto, cada pensamiento que sustente el hacer siempre lo correcto, nos permite de igual forma ser artistas de nuestro destino.
Toda acción, por muy pequeña o insignificante que sea, después que esté encaminada a hacer siempre lo correcto, es relevante. Todas suman y hacen la diferencia. Cuando decidimos el silencio, la no acción, el proceder o apoyar lo que no es correcto, no solo somos cómplices, somos participes de injusticias o de verdades a medias.
Hacer siempre lo correcto es una cualidad del ser humano. Como tal, en ocasiones, tal vez lo más apropiado para hacer correcto es reconocer nuestras limitaciones. Reconocer estas limitaciones nos hace humildes, condición única para conectarnos con nuestra “chispa divina”
Hacer siempre lo correcto tiene sus consecuencias, pero también sus recompensas. Hay una interesante anécdota de un joven que luego de perder su trabajo, decidió darse un tiempo y ayudar de manera voluntaria a una ONG. Fue enviado a un campamento de refugiados en África. Al llegar el primer día vio frente a él un espectáculo dantesco: hambre, enfermedades, muerte, desesperación, niños famélicos deambulando sin padres ni madres. Ya muy de noche, entró a la tienda que le había sido asignada como vivienda y arrodillado frente a un crucifijo, lloró inconsolable. Haciendo entonces un esfuerzo dijo: ¿Cómo permites esto?, ¿Por qué esta gente debe sufrir todo esto? ¿Por qué no haces algo? Y en el silencio que precede a la voz de la verdad, se escuchó una voz fuerte y vibrante que le dijo:
“Ya lo hice, te he enviado a ti”
Soy un convencido de que la vida te enseña muchas cosas, entre ellas a ser agradecido. A vivir la realidad del hoy que se presenta cada día. A no planear más allá de tu sombra pues la noche no llega hasta que se marca el último minuto que despide la luz del día.
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