Con mucho regocijo veo en redes sociales publicaciones de estudiantes en el campus de la universidad mostrando alegres su diploma. Comentarios van y vienen, felicitaciones, emojis de celebración y fuerza, y uno que otro, como los míos, llamando a seguir, a que inicien su proceso de gestión de la idoneidad profesional para que puedan ejercer y poner en práctica prontamente todos los conocimientos, destrezas, habilidades y competencias adquiridas a través de un ejercicio profesional cumpliendo con la ley.
Advierto que en este escrito haré alusión a varios consejos de otro egresado usmeño, que en la ceremonia de firma y entrega del compromiso de la Facultad de Arquitectura y Diseño, en 2019, fue el orador de fondo de tan magno evento: Nilson Ariel Espino.
Ahora dejo de llamarlos futuros arquitectos. El futuro ya es hoy y paso a decirles colegas.
¡Sean buenos arquitectos!
Cosa difícil.
La tarea pasa por resolver un problema y a la vez decir algo importante. Recuerden que toda persona que usa un edificio espera que el edificio funcione bien. Que no se le meta el agua, pero que no se le vaya el agua. Que las luces enciendan, pero que no gaste mucha luz. Que sea seguro, pero que también sea abierto. Retos harto complicados. Han de dedicar muchas horas a pensar en estos temas prácticos y técnicos y resolverlos en el plano. En nuestras manos está definir el estilo de vida cotidiano que se desarrollará en los espacios que diseñemos y construyamos. Recuerda que el recorrido que hiciste esta mañana desde tu cama al baño no lo decidiste tú, sino quien diseñó el espacio que habitas. Le Corbusier afirmaba que es necesario adecuar la arquitectura a las formas de vida contemporáneas de los hombres de cada tiempo histórico y de cada lugar de la tierra. Se requiere de una espacialidad que caracterizará su forma de habitarla.
Aún no existe la vivienda de nuestro tiempo, sin embargo, la transformación en la manera de vivir exige su transformación, decía Mies Van Der Rohe en 1930. Hoy sigue vigente ese planteamiento y las exigencias son más notorias. El filósofo Theodor Adorno planteó que ‘la fantasía arquitectónica se expresa cuando determinadas formas y espacios con significado, se construyen con ciertos materiales y procesos productivos para dar cumplimiento a finalidades que provienen de la sociedad’. Luego Alberto Delorenzini, en una de sus clases llamada ‘La función y la forma’, basado en el planteamiento de Adorno, encuadra sus ideas y despliega argumentos contundentes y nada lineales, sobre la manera de comprender en arquitectura la articulación entre «la forma y función». Adorno decía que la función en los objetos de uso es fácil, un martillo se usa para martillar, pero en la arquitectura es más complejo. De allí que la función estética sea también más compleja que en los objetos de uso, porque un martillo puede configurarse con criterios estéticos como los de la transparencia funcional o constructiva y de inteligibilidad formal, pero no son criterios estéticos suficientes para la arquitectura -son criterios estéticos, sin duda, pero no son suficientes- precisamente por esa polivalencia de la función.
Pero esa es la finalidad externa, el programa de necesidades.
Sí, pero OJO con reducirlo en algo unívoco. Es decir, si usas una categoría, puede querer decir que el programa de la casa debe ajustarse unívocamente a esa categoría. Porque las formas después le van a dar otro uso, más o menos diverso. Lo de la función es interesante como relato, pero hay que convertirlo en espacio habitable. Eso se logra, precisamente por mediación de la forma, de la que es inseparable. Para los modernos lo importante era que la función fuera transparente, no representada. La transparencia formal en los objetos útiles es una determinación estética, explicaba Delorenzini.
En la modernidad esto condujo a la moral y la ética: había que ser honestos y, aunque o sea más que representar los usos con las consecuencias negativas no solo en la distribución espacial, sino con mas fuerza aún en el lenguaje formal ya superado por las formas de vida cotidiana, que sufre las adaptaciones a ámbitos diseñados para habitantes de otro siglo.
Con el Estilo de Vida, emergen valores, juicios, costumbres, hábitos, vínculos humanos. Los imaginarios que constituyen el mundo real, despiertan expectativas y proyectos de vida. Con la forma de habitar emergen los deseos y fantasías: hacer gimnasia, cocinar, conversar, escuchar música. Los arquitectos proyectamos lugares que pueden constituir un hábitat y, en algunos casos, se llega a hacer arquitectura. Se habita y encauzan o modifican hábitos, costumbres, modos de habitar y hasta estilos de vida. Los hábitos del habitar modifican el hábitat en el que se desenvuelve el habitar. El hábitat modifica los otros componentes cuando se habita.
La función precede la forma (o la forma sigue la función), decía el arquitecto proto- moderno Louis Sullivan. Alguien muy querido me dijo: La función precede la forma, pero ¡La forma importa, MAB!
Ánimo colegas, éxitos en el camino que recién empiezan a recorrer.
Prof. Miguel Ángel Barrera – Docente de la Facultad de Arquitectura
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